Fortunato era uno de esos individuos clasificados como un técnico clase 7, una especie de supernumerario que nunca falta en la larga cadena burocrática. Su trabajo era poner o no poner un sello en los formularios que llenaban los ciudadanos para hacer algún requerimiento ante el gobierno. Los formatos con sello iban a una cesta de color verde de exactamente un metro cúbico y los sin sello a una cesta roja de las mismas dimensiones. Al final del día debía entregar al menos 5 cestas llenas de cada clase. ¿A dónde iban esas cestas?... nadie que él conociera lo sabía. Pero su Jefe, el señor Cepeda, era muy exigente en ver que el llenado de cestas estuviera en plena producción. Y lo peor de todo, su labor se hacía en el frío sótano de un rascacielos de innumerables pisos.
Lamentaba Fortunato su suerte, sabedor de tener un trabajo menos que mediocre, el cual consiguió gracias al pesado de su cuñado. Lamentaba llevar una vida casi tocante con las líneas de pobreza: Vivía solitario, bajo renta en uno de los sitios menos atractivos de la ciudad, en una especie de lugar que con mucha imaginación se podría llamar hogar. Era un completo perdedor y lo sabía perfectamente.
Un día cualquiera iba Fortunato camino al trabajo, cuando vio en la acera un brillo, era un anillo, el cual recogió y vio que era un objeto de oro. Sin saber porque y sin pensarlo se lo coloco de inmediato en el anular izquierdo, como si fuera su argolla de matrimonio.
Por alguna razón no sintió durante el resto del trayecto el normal pesimismo que lo acompañaba a cada paso, parecía que el mundo le sonreía.
Al llegar al lugar de trabajo, la recepcionista le indico que había un mensaje para él, debería ir de inmediato al piso 100, y hablar con Mister Rockett, Vicepresidente Financiero de la Compañía.
Fue al lugar y la secretaria de Mister Rockett lo llevo a una oficina muy lujosa
— Fortunato, que alegría de verte, tenemos buenas noticias, te hemos promovido. De ahora en adelante serás el Jefe del Jefe de un tal Cepeda del piso 2. Serás el Gerente de División de la sección de Reclamos. ¡Un profesional clase A! Felicitaciones. Y lo mejor: el paquete compensatorio es una cifra absolutamente obscena. Tómate el día, te lo mereces. Usaremos el tiempo para acomodarte en una oficina en el piso 90.
Salió de allí Fortunato. La secretaria de Mister Rocket se despido cortésmente e incluso pareció que le hizo un guiño coqueto con el ojo.
¿Estaría soñando? ¿Qué ocurre aquí? ¿Será una de esas bromas de 'Cámara Escondida'? Sea lo que fuere Fortunato dedujo correctamente que algo tenía que ver con ese misterioso anillo que se encontró.
Durante las siguientes semanas la empresa se encargó de «relocalizar» a Fortunato: le asignaron un lujoso apartamento y una Limusina, una bella secretaria e incluso le proporcionaron toda clase de trajes elegantes como correspondía a un hombre de su rango.
Y estos cambios no solo se daban en el entorno laboral: Al ir a los restaurantes no tenía que hacer reserva, simplemente cuando se acercaba a algún establecimiento, los empleados se encargaban de hacerlo pasar de primeras y de llevarlo a mesas reservadas, cerca de donde pudiera ver los espectáculos en vivo de bailarines o magos.
Y con ese cambio también atrajo como imán a bellas mujeres. Fortunato comenzó a creer que el anillo lo había convertido en una especie de estrella de cine.
Una noche cualquiera en la que ya ni se preocupaba por la razón del giro en la vida, en una calle solitaria, se le acercó una bella pelirroja de esas que usan gafas para sol, incluso en la oscuridad más espesa.
Fortunato creyó que era otra más de las tantas que ahora lo frecuentaban.
— Alto en nombre de la Ley — dijo la misteriosa mujer, mientras le mostraba una placa policial.
Fortunato dudó, usualmente en Aragca al ser detenido por la Policía, lo mejor es quedarse quieto y obedecer las instrucciones del oficial, pero Fortunato ahora con la autoestima superlevada a un nivel de maniático, comenzó a dar signos de no querer detenerse.
— No mueva ni un músculo más, Maquio —ordeno en tono áspero la pelirroja
— Esto debe tratarse de un err...
Pero Fortunato no termino de decir la frase, una bala de fragmentación, disparada por la mujer, le destrozo por completo el cerebro, casi le arranca la cabeza.
La mujer sin hacer mayor gesto vio como cayó el cuerpo sin vida de Fortunato al frío suelo de la calle
— El objetivo ha sido localizado y neutralizado —dijo utilizando un radio portátil
Unos instantes después un hombre de aspecto heroico se acercó a la pelirroja
— Muy bien, ¿sabes si tenía el anillo?
— Por supuesto, aún lo lleva puesto.
— Perfecto, de aquí en adelante yo me encargo — contesto el hombre misterioso, que se puso unos gruesos guantes de hule, saco un cuchillo de carnicero y le corto el dedo anular a Fortunato, y con mucho cuidado usando la punta del cuchillo, agarro el anillo y lo deposito en una bolsa de plástico, que luego puso en un maletín y lo cerró con varias llaves.
— ¿Qué es ese objeto? — inquirió la pelirroja
— Nadie lo sabe, ni siquiera nuestros expertos
— ¿Y se lo llevas para que lo analicen?
— No. Tu misión es otra
Y sin que se diera cuenta, el hombre puso unas esposas en la muñeca de la pelirroja que la ataba al maletín.
— Hay que destruirlo, debemos llevarlo al volcán “Llamaradas”, lanzarlo allí y confirmar que sea consumido en la lava ardiente
— Por Dios, si voy a estar involucrada en esto, es mejor que me informes en regla.
— Es algo fuera de este mundo. El anillo transforma al que lo toca, a unos los vuelve cucarachas, a otros puede que los torne en prófugos de la justicia, otros se vuelven invisibles y algunos se transforman en horrendos monstruos, siempre ocurre un cambio tan extraño que desconcierta a sus víctimas y a quienes viven alrededor de ellos. La orden de los superiores es que pongamos fin a ello.
La pareja de policías se fue alejando del lugar y dejaron tirado en el piso a Fortunato como si fuera un perro sin valor. Su cadáver terminaría de seguro despedazado en la facultad de medicina o en el mejor de los casos en una fosa común de nombre N.N.