Doctor Plaga




(1000 A. G. -Antes de Aragca- )

No todos los días uno contempla la caída de un imperio. Estoy en Velmira, la joya de Andirria, otrora esplendorosa, ahora un camposanto de piedra y ceniza. Por siglos, fue metrópolis de sabios y mercaderes, de puentes dorados y fuentes cantarinas. Hoy, apenas una sombra agonizante.

He venido desde el norte, desde tierras más frías y aún sin corromper. Dejé allá a mi esposa y a mis hijos, a salvo. La distancia es su resguardo. La separación, su escudo. Yo, en cambio, tengo una deuda con mi gremio. He jurado acompañar al moribundo, aunque no pueda salvarlo.

Camino entre callejones cubiertos de hollín y humo. Vi, esta mañana, a un hombre enterrar con la misma pala a su esposa y a su hija. Lo vi temblar, y supe que la misma pala cavaría también su tumba. La peste no se detiene por amor ni por fatiga.

Los pocos que aún se arrastran entre los vivos me miran con mezcla de miedo y esperanza. Mi máscara de pico, cargada con hierbas que ya no huelen a nada, se ha vuelto un presagio: donde camino yo, la muerte ya llegó.

Dicen que la peste altera los humores del cuerpo, que la bilis negra se desborda y oscurece el alma. Aquí todo está infectado: el aire, el agua, los rezos. Se queman cuerpos sin nombre con la vana esperanza de purgar el aire. Pero el humo de los muertos solo envuelve más el espíritu del desastre.

Hoy inspeccioné a un hombre que ya era casi cadáver. Pústulas abiertas, bubones oscuros. Uno estalló al contacto de mi bastón, y su pus cayó sobre mis botas. Recordé mi carta astral: advertía sobre un día de manchas inevitables. He untado mis vestiduras con ungüento de mercurio, como dicta la doctrina. ¿Sirve de algo? Quizás.

Más adelante, entre cadáveres frescos y montones de ceniza, vi a otro como yo. Vestido de negro, máscara afilada, bastón en mano. Parecía un buitre dando sacramentos. Aplicó su vara con destreza en el costado de un enfermo, dejó un frasco al alcance del moribundo y se incorporó con lentitud. Lo observé en silencio. Su gesto no era de compasión, sino de estudio.

—¡Alto! —me gritó al descubrirme—. Pertenezco a la Orden de Arnulfo Triconio, padre de la Ciencia Filosófica. ¡Identifícate, forastero!

Lo dijo en voz alta. Y eso fue su delación. Quien verdaderamente ha sido instruido en la ciencia de Triconio no pronuncia su nombre en público. La afiliación es secreta. Solo un necio, un charlatán o un iluminado proclamaría tal cosa en medio de las llamas.

—Solo soy un médico de paso —respondí—, cumplo con lo que juré: servir a los moribundos.

Él me miró largo, luego habló con extraña lucidez.

—Todo esto es un teatro del absurdo. Nuestro saber, nuestras fórmulas, son cenizas que se disuelven en la lluvia. Volved al norte, si aún podéis. Aquí no hay nada sino humo. Lo único que merece hacerse es observar, y dejar constancia. Solo eso. Tal vez, si el mundo sobrevive, alguien pueda leer nuestros fracasos. Tal vez algún día nazca un nuevo Triconio, uno verdadero, que comprenda lo que nosotros apenas intuimos.

Y se desvaneció entre la bruma, como si fuera parte de ella.

He pensado en sus palabras desde entonces. ¿Era un loco, un renegado, o un sabio? Tal vez fue el mismo Arnulfo Triconio en carne y hueso, bajando una última vez al infierno para advertirnos. No lo sé.

He llegado a comprender lo que quizás él ya sabía: nuestras sangrías, nuestros cálculos estelares, nuestros polvos y mercurios, son fórmulas huecas. El conocimiento que veneramos ha probado ser bello... pero inútil. Hemos confundido el nombre del mundo con su comprensión.

Ya no sé si sirvo de algo aquí. Quizás mi papel era estar presente, mirar, anotar. Ser testigo. Haré lo que él dijo. Recogeré lo que vi. Lo dejaré escrito. No por los vivos, sino por los que vendrán. Si es que alguien vuelve a pasar por estas ruinas.

Pronto partiré hacia Namcuan, pero no veré aún a los míos. Esperaré en tierras limpias el tiempo suficiente para que la peste no me acompañe. Dos años. Tal vez más.

Que ese sea el precio de la esperanza. Aunque, en el fondo, no sé si aún creemos en ella.




Comments

  1. Alejarse de los suyos, para protegerlos.
    Una decisión difícil, una carga, ya sea en Aragca, en el Mara Verso o en la Dimensión desconocida.

    ReplyDelete
    Replies
    1. Saludos, Este es un nuevo personaje, tengo unas ideas para con este caballero, un poco shocking.... necesito "cuajar" algunas escenas para el siguiente episodio.... quizas en unos meses o en un juevero, aunque necesita mas palabras....

      Delete

Post a Comment