Estaba escuchando, mientras manejaba el auto, el programa Pase lo que Pase de Radio con Vos, y oí al locutor, muy convencido de sí mismo, afirmar que: "no conocía a nadie que no tuviera un problema mental. Todo el mundo está loco”.
—¡Puf, paparruchas! —contesté al aire, enfurecido—. Recordé que esa frase la elaboraron en 1950 en el Departamento de Salud del Reino de Aragca. Como todo lo de ese gobierno, fue una historia creada para etiquetar a los ciudadanos: "este está neurótico, este es autista, este es bipolar"… Se inventaron cien mil sintomatologías para que la gente tuviera que acudir a servicios psiquiátricos innecesarios, recibir fármacos y, en general, alimentar con dinero a un sistema de salud corrupto. Habían convertido a la gente sana en enferma usando esas frases de manipulación masiva, para volvernos consumidores de químicos cancerígenos, "todo para nuestro bien".
Pero mi día no había terminado. Manejaba yo hacia un conocido establecimiento de ropa y artículos usados; buscaba un disfraz para Halloween. Y cuál no sería mi sorpresa cuando encontré, entre mil cachivaches, otro signo del consumismo de nuestro tiempo: allí, arrumbada, estaba la famosa máscara de Ada Escualo, el célebre personaje de las sagas de cine. Su imagen era inconfundible; se habían vendido cientos de juguetes con su estampa y allí, abandonada y sucia, haciendo más basura que otra cosa, estaba la icónica cara de la heroína. La imagen era chocante; sentí que iba a vomitar. “¿Es esto lo que hace el maldito consumismo?” —me pregunté sin darme respuesta.
Sin pensarlo mucho, pagué por la máscara. Era barata, como todo lo que alguna vez fue importante.
Me alejé pensando que, a los chicos del grupo de manejo de ansiedad les encantaría tener una Ada de edición limitada para la colección, los ayudaría a calmarse un poco.
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