Estaba yo presenciando una escena de horror clásico: en una habitación oscura, una mujer vestida de negro —con un traje quizá anterior a la Gran Guerra del 40— pendía del techo, sostenida por hilos de nailon que la mantenían como a una marioneta. Tenía la mirada perdida, tal vez drogada, tal vez en trance, aunque aún le quedaban destellos de voluntad: se agitaba con torpeza, como intentando liberarse. Entonces lo vi con claridad: un hombre disfrazado de doctor de la peste negra la tenía prisionera y, con el pico de su máscara, le hacía grotescos tanteos por el rostro.
No pude soportarlo más. Con un movimiento casi reflejo, mi dedo índice derecho deslizó hacia arriba la pantalla del celular. La escena se disolvió y enseguida comenzaron a aparecer los horrores de siempre: una señora maquillándose con la música de Playboi Carti (o de alguno de los otros mil que suenan igual), un perro rottweiler cocinando hamburguesas con admirable esmero, una mujer pasada de kilos con una ropa de muy mal gusto bailando una canción de Rosalía.
Fui implacable: mi dedo, curtido por el callo del aburrimiento, ejecutaba cada video sin compasión alguna.
Hasta que apareció un sujeto de Tailandia (o Bangladesh) con una máscara de pulpo, de caucho rojo, ambiente barato. Quizá pretendía ser un Cthulhu de serie B.
Ya iba a enviarlo al olvido digital cuando algo —la curiosidad, o tal vez el algoritmo— me detuvo. La escena tenía cierta intriga. Le concedí dos segundos más.
Grave error.
Uno de los tentáculos salió de la pantalla y se enroscó en mi mano, inmovilizándome los dedos. No pude hacer nada. El monstruo emergió del teléfono como si el plástico fuera agua. Cthulhu, o su primo low-cost, se irguió en mi habitación, me ignoró por completo y saltó por la ventana. En cuestión de segundos crecía a un ritmo acelerado: sus pasos aplastaban casas, coches, antenas. Los cazas del ejército llegaron y lanzaron misiles que el monstruo apartó con un tentáculo distraído, como quien espanta moscas.
Siguió creciendo hasta que su cabeza se perdió entre las nubes. Luego dio un salto y abandonó la Tierra, rumbo al Sol.
Al principio lo vimos como una manchita en el astro rey. Cinco minutos después ya parecía un eclipse.
Y luego, claro, todo fue oscuridad.
Aun así, antes de que la noche se hiciera total, mi dedo —por puro reflejo— seguía frenéticamente deslizando la pantalla hacia arriba a un ritmo sin control.
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Toda una crítica del scroll infinito, donde el horror ya no proviene de lo sobrenatural, sino de la banalidad cotidiana y la pasividad del espectador. Me encanta esa mezcla de Lovecraft con TikTok. Saludos
ReplyDeleteLa conexión a Internet como medio propicio para el Horror Cósmico.
ReplyDeleteUn hallazgo.
Madre mía, qué pasada de relato! 😱 Me ha dejado con el cerebro haciendo volteretas, de verdad.
ReplyDeleteEl pulpo lovecraftiano aquí ya no viene del fondo del mar, sino del móvil, y se nos mete por los ojos como si nada, devorándonos el seso poquito a poco. Una metáfora finísima, si me permites: el horror cósmico actualizado al siglo XXI, con filtro de belleza incluido.
Vamos, que me ha encantado. Es una crítica brutal —y con mucho arte— al sistema este que nos tiene a todos dale que dale al scroll, sin alma ni conciencia. 👏
Jajaja, qué relato! Me ha pasado lo que a la anterior comentarista. Felicidades!
ReplyDeleteSaludos.
Parece-me um conto bem conseguido com ação, terror e surpresa.
ReplyDeleteAbraço amigo.
Juvenal Nunes
Una prueba más de que los smartphones están llenos de monstruos...
ReplyDeleteSaludos.
Hola, Jose.
ReplyDeleteUn relato que cuenta mucho más de lo que simplemente parece un relato de miedo.
Efectivamente, el terror lo vivimos cada día con nuestros teléfonos móviles. Sin que nos demos cuenta, nos atrapan, nos inmovilizan, nos mantienen con los ojos pegados a esa pantalla del demonio que a veces solo muestra cosas desagradables.
Como me dijiste que el relato era casi-autobiográfico, pensé que habías tenido que lidiar con las pesadillas de Lovecraft. Quién sabe, con lo que está por venir, cualquier día...
Pero no, el relato es una excelente crítica a lo que se ha convertido el aparato que nos permitía comunicarnos. Ahora, no solo nos aísla, también nos miente y nos roba nuestro valioso tiempo. Difícil desintoxicarse de él.
¡Felicidades! Contagiaste el terror con algo mucho más real que los monstruitos jolibudenses. Muchas gracias por aportarlo al VadeReto.
Abrazo Grande.
Me parece interesante el relato, tal vez intrigante
ReplyDeleteAbrazos
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ReplyDeleteHola Jose. Tu historia es un horror digital en bucle: convierte el dedo en la pantalla en arma apocalíptica, donde TikTok invoca a Cthulhu low-cost y el sol se apaga por un swipe. Me gusta mucho el horror clásico vs. reels: marioneta gótica → perro cocinando, Cthulhu de caucho como monstruo de serie B.
ReplyDeleteEl tentáculo que sale del móvil: la pantalla como portal, el algoritmo como dios indiferente.
El final con dedo deslizando en la oscuridad: adicción que sobrevive al apocalipsis.
Se trata de una distopía que dice: basta un video de más para que el cosmos se apague...
Terror 2.0: el fin no es con bomba, sino con batería.
Felicidades por tu aportación.
Abrazos.
Has sido muy inteligente, es propio de los Manuscritos Pnakóticos del Rey de Providence.¡Por Yuggoth que me complace! (y te lo digo con humildad, aún siendo experto en Lovecraft) ¡¡¡¡¡¡¡ bravo!!!!!!! 🐙
ReplyDeleteTe quedo genial el fina es sorprendente. te mando un beso.
ReplyDeleteHola, José, creo que no voy a volver a ver vídeos sin ton ni son en el móvil a partir de ahora... Ufff ¿y si se me aparece todo lo que veo? Madre mía...
ReplyDeleteUn relato de miedo y de crítica al mismo tiempo. Este relato debería salir en las noticias y los padres leérselo a los hijos.
Un abrazo. :)
Me parece una historia muy original, desde luego el móvil puede terminar siendo un peligro. Me ha gustado mucho.
ReplyDeleteUn saludo.
Hola José, ¡qué buen relato! Destaco la originalidad: un relato con elementos del terror clásico pero incorporando un terror muy actual, el encontrarnos con escenas surrealistas que muchas veces no podemos explicarnos, pero cuya vida media es tan solo lo que nuestro dedo tarda en dejarlas en el olvido. Hay una crítica a estos tiempos de absurdo digital ilimitado. El final es el que merece una sociedad como la nuestra. Saludos.
ReplyDeleteHola Jose.
ReplyDelete¡Qué honor, Lovecraft en el VadeReto! Si a eso agregas la crítica a nuestros amos: los móviles que tienen el poder de manejar a su antojo nuestros dedos consiguiendo nuestra inmersión en un mundo terrorífico, logras un refinado relato que nos hace reflexionar en la suerte de no tener demasiado futuro por delante.
El primo low cost de Cthulhu se adueñará del sol y los sobrevivientes seguirán utilizando su dedo en un horripilante auto-tormento irrefrenable. ¡Objetivo logrado! Un nuevo ciclo cósmico habrá acabado.
Saludos
Marlen
Antes o después, el fin del mundo llegará a nosotros a través de una pantalla. No tengo dudas de ello.
ReplyDeleteSaludos,
J.
Nunca me dejas indiferente con tus relatos pero siempre desconcertada. En este relato me creas mucha ansiedad. Anoche me pasó eso mismo que cuentas: mis dedos luchaban contra mi cabeza, ésta decía "ya, el último!" pero mis dedos, con vida propia, contestaban "uno más y basta" repetidamente y así hasta que tuve que amputármelos, ¿ves?...esa es la sensación que me creas.
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